lunes, 30 de mayo de 2011

ensayo sobre la "vuelta"

Cuando uno decide embarcarse en la aventura de cambiar de escenario de vida por un período de tiempo limitado, jamás piensa en la vuelta (aunque conozco alguna excepción que confirma esta regla). No hay espacio para la desazón y el tedio que eso supone, solo hay ilusión y ganas de pasarlo bien. A veces la experiencia es decepcionante, pero en la mayoría de los casos, las expectativas se cumplen. En otros pocos casos, las expectativas se quedan cortas y desgraciadamente, descubres como debería de ser (o al menos vislumbras los directrices para ello) siempre la vida. 

Sí, digo desgraciadamente por que una vez descubres esto, estás perdido. 

Como vas a retomar tu vida tal y como la dejaste, después de tanto tiempo en esa especie de vida paralela/sueño extraño que de tan fantástico parece que cuando le des la espalda vaya a desvancerse como si nunca hubiese sido?

Siempre que me ha tocado "volver" le he dado vueltas al asunto y ahora que puedo ver esos días con cierta perspectiva y he tenido tiempo de digerir la experiencia (como dicen los que escriben la historia), puedo decir que no. 

Uno no vuelve de ese viaje. No hay manera de volver. Es decir, vuelves a tu vida, justo en el punto donde la dejaste. No importa lo que les haya sucedido a los demás mientras tu estabas descubriendo la verdad (sobre la vida), jamás tendrás la sensación de que el tiempo ha pasado, porque allí no ha pasado nada. Vuelves a lo que llaman "tu casa", "tu trabajo" y ahí estás, leyendo, tomando café, bromeando, etc...en los mismos sitios de siempre y con las mismas personas de siempre. Pero ese ya no eres tu. Es solo una sombra de ti que espera paciente (o no, depende del día) el momento propicio para alzar de nuevo el vuelo y volver a la vida. A la vida de verdad, a la que siempre debería de ser, con más luz, con otros colores y otros sabores. 



miércoles, 11 de mayo de 2011

No hay viaje de vuelta para M.




Aunque no fuese consciente de ello, su viaje empezó una tarde de verano en que ella, con apenas cuatro  años, buscaba en el horizonte la otra orilla. Una orilla físicamente inalcanzable, pero a escasos centímetros de distancia (medidos entre los pequeños deditos pulgar e índice de su mano izquierda) des de la inocente perspectiva de Miranda. Quizás en el otro lado, habría un niño dispuesto a cooperar para construir un castillo y no destruirlo todo como hacía el estúpido de su vecino, puede que incluso en la otra orilla, no fuese necesario esperar para meterse en el agua después de tomarse un helado de vainilla o quizás en la otra orilla, el sol brillara con más intensidad.
Pensareis que no son más que ensoñaciones de una mocosa con demasiada imaginación pero lo cierto es que se trataba de un detalle significativo en lo que sería su vida a partir de entonces. Evidentemente, aún faltaban muchos años para que Miranda alcanzara la otra orilla, pero en el leve ejercicio de imaginación que realizó esa tarde de verano se encontraba condensada buena parte de su destino, porque ya nunca dejaría de buscar la otra orilla preguntándose que había allí, cómo olería su aire o cuánto brillaría allí el sol.